Señora de negro.
Llegué a casa. Iba a darle una tremenda sorpresa. Llevaba días fuera. El único contacto, el frío teléfono, lleno de cortes y ruidos, de te quiero sin terminar, de te hecho de menos sin sentimiento. El auricular clavado en tu sien, y aún no sientes más que un dolor punzante en la cabeza, otro en el corazón.
Aquella mañana, no me esperaba. Iba a saltar de alegría, o no.

Quién iba a sorprenderse, ella o yo. Maldita sea, si no hubiera venido sin avisar. No hubiera sufrido. Cuánto tiempo llevará haciéndolo. Viajo mucho, salgo, distancias largas. Noches frías. No se contenta a una mujer bella y pasional con unas simples palabras. Necesita de cercanía, de roce, de color, de olor, de pasión, de mordientes, que llenen su cuerpo de vibración esparcida con tesón y habilidad. Por qué me atreví a dejar ese lecho vacío tanto tiempo.
Debo reprocharle, quizás simplemente, buscó cubrir mi falta, mi riego, mis mimos, mi calor. Cuando vuelvo no noto nada.
Abro ese pomo y la mato. Abro ese pomo y me mato. Abro ese pomo y le pido perdón. O me voy, y no lo abro. No debí estar aquí, sin avisar. Malditas seas, maldito soy, maldito amor.
Tomé las bragas en mis manos, las apreté como otras veces, me las llevé a la cara para sentir su olor más íntimo, como tantas veces había disfruta do de él.
Abrí, el pomo cómplice, tampoco emitió sonido alguno, estaba expectante como mi alma. En la penumbra, yacían dos cuerpos, unidos, desparramados después del fragor de la batalla, pues las evidencias marcaban una larga y ardua batalla había acontecido. Se olían las esencias del amor, de la pasión, del sexo.
No supe reaccionar, encendí la luz, y el shock fue impresionante, indescriptible, brutal, cegador. María, por qué. Ella se levantó, confundida, el pelo arremolinado, los pechos lánguidos le colgaban sobre su cuerpo desfallecido por el desgaste atroz. María, me escuché gritar, por qué. No, no digas nada. Sé que te descuidé, pero por qué no me llamaste al orden. En nuestra cama, donde tanto soñamos.

Un guantazo, me sacó de mi turbidez. Jacques, Jacques. Estaba vestida, con su camisón raso, turquesa, con el pelo recogido, preciosa y asustada. Yo, Soy yo, María, soy yo. No me ves. Ella es Elena, mi hermana, le salió ese plan, y le dejé que disfrutara. Yo estaba en la habitación pequeña, cariño. Cómo pudiste pensar, ni tan siquiera un momento que podría haberte hecho algo así. No lo puedo creer.

Sé que no merezco perdón María, pero perdóname. Las imágenes parecen haberlas creado ella, para probarme. Lo siento. María. No dudaré nunca más de ti. Aunque debiera de decir de mí, pues soy el vencido por la maldita señora. Perdóname por haber dudado.
En este enlace podéis pinchar si queréis seguir la publicación de los textos del libro SALPICADURAS .
Ya tenéis los cinco primeros relatos completos,
pronto el sexto.
EL PILAR DE LA MEDIA LEGUA.
con las ilustraciones de
José L. Martínez REBOTE.
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