Era libre, era Miguel.
Un gorrioncillo se ha posado hoy
Sobre un alfeizar vacío, solitario
Somnoliento parece en su canto
Melancólico y frío, cansino truhan.
Se supo del salto, del vuelo corto
De su voz en el campo, de su olivo amigo
Cantó en la distancia, se acurrucó
Tras fardos de trigo y pan, de hierba y flor
Dicen que brotaban de su boca las palabras
Cuan si fueran tejidas con hilo de seda
De reverberaciones de terciopelo
Y su sabor era capeado, de cebolla y llanto.
No gritaba, no agredía, solo escribía
Sentidos que arracimados en montes de heno
Cubrían las distancias, del cacique duro
El yermo suelo, el triste frío, el húmedo barro.
Dejóse morir por no claudicar
Por no cejar en el tormento, de una crueldad
Llamáronle traidor, y no lo fue, por hablar
Humilláronle al brindarle perdón, era inocente
Un sucumbir de voz rasgada por el quebranto
Por la soledad de la incomprensión
Se llevó un día, la luz del alfeizar del gorrión
Donde sus proles vienen a piar
Quieren ser Miguel, y su voz alzar
Porque nacimos libres, y nada nos cambiará
La grandeza de poder gritar, libertad.