Otra vez…Invierno.
A poco que me descuidé, se acortó el día, me atrapó la noche. Prisionero me deja, encadenado a mis letras sin poder escaparme por la ventana como me gustaría, cerca de ti, agarrado a tu mano, como hacíamos en días soleados.
Apenas unas horas, para alcanzar el cenit, miércoles 22 de diciembre, a las 0 horas y 38 minutos.
Copos de nívea y cristalina llovizna, rígida sobre escarpados bloques integrados, jugando a ser estatuas de efímera existencia, creadas para ser diluidas con la calidez de un rayo.
Pasando, mirando pero no parando, aligerando el paso, cerca de nuestro banco preferido, donde nos contamos nuestras confidencias, donde me tomas de la mano, donde me estampas tus labios teñidos de ese marcaje para mis lóbulos. Para que estés más tiempo portándome, me dices. Claro, sonrío.
Queda ese resquemor de saber si acertamos en la compra instigada de regalos, de dejarnos llevar de las luces que nos ciega y nos lleva de la mano a gastos superfluos, sí quién no los hizo nunca. Si no fue así, seguro no fue porque fue consciente, seguro se debe más a las posibilidades, ya sé, ya sé, que tú no.
Me da miedo cuando te veo alejarte en las tinieblas del bosque encantado, pero frío, preñado de la semilla de la triste época estival que comienza. Confío en tu vuelta, señora del bosque. Ya sé que tiene sus encantos.
Es cierto que tiene sus momentos bellos, cuando la bella plateada se eleva en el horizonte y siembra de azul todo el espacio translúcido que nos rodea y permite posar para cinéfilos, bella postal nos salió, eh!
La llamada del invierno suena en la lejanía, te pones melosa, me haces señas y te arrimas. Qué estremecimiento más humano el escuchar la noche y sus habitantes álgidos, donde marcan pauta, y su territorio queda señalado.
No tardará tanto en que el astro majestuoso se desperece y con sus largos apéndices consiga despertarnos del adormilamiento, pues tanto llegó como comienza a crecer, maravilloso día, crece, crece y déjanos disfrutar de tu luz.
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