jueves, 24 de junio de 2010

Solsticio de Verano.

Solsticio de Verano.
Aleatoria elección tiene el caprichoso destino. Nos marca fechas trascendentes, por repetitivas, para que aún sea más sencillo el trabajo de una memoria, ya de por sí poco dada al olvido.
Rompe el sol la mañana, límpida, para dar la bienvenida, como se merece, al mejor de todos los momentos estivales, el verano. Madurada la escena que rodea el giro rutinario de las vicisitudes diarias, el caminante decide dar un giro, brusco quizás, pero no por ello falto de meditación. Retomar una senda obligado por los envites del sol, primorosos en sus ansias de dar calor, sin prestar atención a la sobreexposición, atesorada por el caminante. Él intenta recolocar su sombrero, ladear su figura tras sus árboles, protegerse. Pues quién tanto bien le daba, ahora quiere abrasarlo, cuan hielo derretido sin rastro alguno, tras su paso por el sendero vital.
El ocaso de los dioses, momento de bajada del pedestal del otrora idolatrado ser superior con que lo veían sus ojos. Ya eliminado, escondido o simplemente sustituido del habitáculo arraigado en el fondo de tan preciado elemento en nuestro devenir, nuestra alma, nuestro corazón. Calmado con su presencia, todo hace indicar que se pudrió, se eliminó aunque busque un cómplice, una coartada. Poder exculpar su mente, sin poder darse cuenta cuán difícil es acertar a mirar a su sombra, verle abandonarle. Comienza su destrucción, imposible por elementos mortíferos, fácil sabiendo donde se encuentra su talón, rememorando a Aquiles.
Éste entregó su vida a tres faros, luces guías en su oscuridad. El principal comenzó a girar en otra dirección. Quizás no supo rellenar de combustible su despensa. El atento rellenador, premiado con su giro se verá. Puede ser.
No se puede vivir sin aire, dice. Pero enrarece el que soplo hacia su salvación. Necesita mi ayuda para superar su valle, pero para ello me exige pleitesía. Cómo puede ser eso. Buen curandero  sería si se dejara arrastrar, si se dejara incubar, inocular por el virus codicioso. Ni si quiera acerca, acorta el círculo. Siempre vuelve con viento corto a la misma posición primigenia. Tú me ayudas, haz lo que te diga. Y todo irá perfectamente. A veces mis palabras, mentirosas, transcritas, quizás me hagan creer que soy buena persona, aunque simplemente me engaño a mí mismo. Evidentemente he de ser portador del virus maligno. Invadido mi ser, no puedo vivir sin él, como vive él en mí. Es posible que mi mente se haya podrido entre historias banales. Parcas letras florecen de esta pobre pluma intentando vaciar mis miedos, mis errores. 
Quizás la salida no esté en la dirección tomada. No quería un castillo de cristal con vistas, pues ahora acuérdate, debiste de dejarle alguna ventana, para renovar el aire, para asomarte a ver a tus semejantes, criaturas pobres, mediocres. No tuviste en mente su fragilidad cuando todo fuera mal, es el final de una aventura tan peligrosa, inquietante como bella. Pero todo se acaba. Nunca confiará más en ti, la semilla de la desconfianza arraigó, creció, se fortaleció. Eliminó vuestro sustento vital. Ahora ambos veis el mismo camino con distinto color. El prisma se giró. El pedestal se cayó. Ya no eres su idolatrado ser endiosado, probablemente, y cómo saber indebidamente. I’m sorry.
(Conecta con El Caminante y su Sombra en ELPAIS.LaComunidad.)

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