El Sacrificio…De vivir, atrapado en tu cuerpo.
Envidiado, idolatrado por sus profesores, alentado por sus compañeros, vitoreado por todos los que le rodean.
Hoy recibirá la noticia más dura de su vida, sí la más dura, lo demás dejará de ser importante. Hoy le dirán que padece ELA. Enfermedad tristemente famosa por llevar el nombre del famoso primera base Lou Gehrig.
Tras la mampara de transparente vidrio, le observan en sus primeras horas de postración, sabiéndolo, porque sus padres les contaron lo orgullosos que estaban de su inteligencia, el insigne cerebro que porta.
Sus ojos, pierden la mirada en la distancia, recorriendo en su trayectoria las firmes bellezas que portan ese jardín plagado de flores suntuosas. Ese múltiple y variopinto abanico de tonalidades y colores. Parece ser portador de la verdad sobre su desdicha. Su inteligencia le sirve para, entre otras cosas, conocer antes que nadie el deterioro de su musculatura, de su juventud, de su cuerpo. Lentamente se percata antes que nadie de la distrofia que enmarañan sus extremidades.
El médico abre la puerta, sabedor de la fuerza de la noticia que ha de darle, se postra un momento en un sillón frente a su cama. Él asiente, le evita la perorata que le tocó en suerte darle.
Él esperó a que se hubiera marchado. Dio rienda suelta a sus lacrimales para dejar escapar la cortina de salitrosa cortina, enmascarando la belleza que veía tras la ventana en el lejano jardín.
A partir de ahora, dejaré correr mi mente y mi imaginación para poder disfrutar de las decenas de miles de horas que me quedan de observación de este extraño periplo por aquí.
Ahora entendí lo que significaba, la cara de felicidad paciente en la cara de Stephen.
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