El barco de cristal.
Fundidos en un beso conciliador. Así pasaron los veinte minutos primeros de su reencuentro. Tenían necesidad de incrustarse el uno en el otro. Ella había pasado noches enteras anhelando su llegada, desgranando cada momento, elucubrando mil estrategias para demostrarle lo mucho, que le había echado de menos. Podía haber creado un enorme reloj de arena, con los granos que iba desplazando por segundos.
Él dispuso su llegada con todos los ornamentos de una estrella del rock. Hizo llegar flores a su llegada al aeropuerto, limusina incluida, con todos los ingredientes, su Dom Pérignon, paseo por la ciudad, por su barrio. Saluda, saluda, a tus amigas. Dales envidia, sana, son tus amigas. Disfruta de todos estos lujos. Porque tú te lo mereces. Yo me lo merezco. Nosotros nos lo merecemos.
Él dispuso su llegada con todos los ornamentos de una estrella del rock. Hizo llegar flores a su llegada al aeropuerto, limusina incluida, con todos los ingredientes, su Dom Pérignon, paseo por la ciudad, por su barrio. Saluda, saluda, a tus amigas. Dales envidia, sana, son tus amigas. Disfruta de todos estos lujos. Porque tú te lo mereces. Yo me lo merezco. Nosotros nos lo merecemos.
Ella alucinaba, volaba subida en una nube. No se atrevía a preguntar. Las preguntas entrechocaban, como en un bullicio, intentando salir de su cabeza. Pero disfrutaba cada sorbo de aquel instante, de aquellos momentos.
Pasado largo rato de todo, llegaron a un hotel, todo brillos. Los empleados agasajándolos con todos los detalles que puedan imaginarse en un hotel de esos que no tienen letrero bastante para colgar tantas estrellas. De esos que dan asco saber el despilfarro que se hace. Pero este no era el momento. Este era un momento para disfrutar del vuelo, del viaje que se estaban dando.
Llegó el momento de decirle el por qué. Por qué es muy fácil. Porque te lo mereces. Porque me lo merezco. Porque nuestro amor se lo merece. Y para probar una sensación en nuestros cuerpos tan prohibitiva para nuestros bolsillos como sería darnos un chute de tantas mierdas de drogas que hay. Pero es un viaje en el que podemos erizar cada uno de nuestros pliegues de piel, sentir cada sensación, buena o mala, en nuestros cuerpos. Y como mucho dejarnos un poco de resaca.
No tendrá ninguna consecuencia más. Al contrario de si hubiéramos tomado la otra agencia. La de los viajes en el barco de cristal. Donde te prometen unas sensaciones fantásticas, que no lo son tanto. Que deja secuelas livianas si viajas poco, pero jodidas si te enganchas a los viajes. Por todo ello dame otro beso que sentiré como el primero y seguro que tanto como el último, pues no desfallecerás.
Se fundieron en un ardiente beso, retozando sobre lujosas sábanas a la luz de los mil y un brillos que les rodeaba. A ellos les daba igual todo. Era el momento de disfrutar del viaje.
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