La Hija de la Condesa.(ii)
…No me jodas Marcial, por qué diantres me has llamado como me llamaban Ellas, le soltó con cara de pocos amigos. Jo macho, no te pongas así, es que venía observándote desde lejos y con la expresión meditabunda y la cabeza agachada, parecías tener el ángel bueno ese que se te cuela algunas veces. Ese maldito que te hace olvidar de vez en cuando de dónde surge nuestra plata. Bien, vale, vale, repuso de malas maneras, pero que sea la última vez, me revuelves el estómago cuando me las recuerdas. Marcial le miró fijamente a los ojos, tomándolo por los hombros. A mí no me engañas, en mí puedes confiar, y conmigo no tienes que simular el cariño que las tienes. Son tus madres, está bien que dada nuestra vida, tengas que ocultar tu pasado lo más, pero conmigo no te hace falta. Y verás como nunca te llamaré Fistofé, cuando no pueda llamarte, sea por el lugar donde nos encontremos o la gente que nos rodea. Le sonrió de mala gana, venga, venga cuéntame que tenemos que hacer. Te pones de un melodramático, diría de ti, que eres ese ángel que nombras.
La hija de la condesa era su hija, pero ya está. Tenía unos tirabuzones rojo intenso, cayéndole sobre sus hombros, siempre sueltos. Siempre vestía pantalones de montar, botas altas, y era la antítesis de la condesa. Había salido a su padre, cabal señor, sí señor, pero nunca se aprovechó de los de abajo. Su hija lo recordaba impresionada por sus actos: reparto a los pobres de comida, en la hambruna. De mantas, en los arduos inviernos. De aplazarles, o no cobrarles los arriendos, a los damnificados de las inundaciones provocadas por el río. Y lo más importante, su desaparición. De la que culpaba a su madre, pero como no había logrado desmadejar el entuerto creado, pues esperaba su día. Entretanto dedicaba todas sus fuerzas a continuar los actos de su padre. La condesa no sabía cómo hacerlo, pero no dejaba de maquinar historias, para implicarla. A ver si en una de ellas tenía la oportunidad y desaparecía de su vida. Claro, sin verse implicada. Belle era muy querida por todos. La condesa temía que la lincharan si se sabía su implicación. Por ello llamó a Marcial. Era el mejor en lo suyo.
Amigo, le dijo Marcial. Tenemos que raptar a Belle. Cómo, estás loco. Prefiero ir directo y estrangular a la condesa. No le haría daño a Belle, por toda la plata del mundo. Muy al contrario, daría mi vida por defenderla. Para, para el carro, le calmó Marcial. La condesa lo sabe, es por ello que nos eligió a nosotros. Sabe de nuestra maestría en lo que hacemos, y también de nuestras debilidades por Belle. Tenemos que retenerla cuando vaya al bosque a repartir los alimentos a los viunos. Este invierno está siendo largo, después vendrán las buenas viandas, pero de momento la primavera no llega, y sin sol en el bosque no tienen con qué alimentarse. La retendremos allí, le explicaremos la pretensión de la condesa y la ayudaremos a escapar. Tus amigas Fistofé, podrán ayudarnos a esconderla mientras pensamos algo. Sólo debemos de rodear a la priora, sigue siendo uña y carne de la condesa, a pesar de sus años. Ahora le proporciona novicias para sus confesiones. Ya lo pagará.
Belle disponía de un grupo de amigos en la Reunión Común. Se reunían, recogían, le mangoneaban a la condesa lo que no pudiera echar de menos, y cuando tenían para una partida, iban al bosque a repartirla.
Esta mañana la lluvia descargaba con una bestialidad casi nunca vista. Parecía una protesta por lo injusto de la situación, pensaban mientras se miraban, resguardados en el tronco de una gran secuoya. Sigue sin gustarme lo que vamos a hacer, Marcial. No te preocupes, Belle se vendrá a razones y encontraremos una salida…
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