La condesa.(Vi).
...El enfrentamiento puso en funcionamiento el mecanismo de autodefensa de la condesa. Señor juez no se exacerben los ánimos. Aquí tenemos una declaración de una demente, que me acusa de no sé qué disparates. No demos más importancia de la que tiene. Esta señora ha perdido el juicio. Solamente pretende vengarse por el retiro de mis favores para el convento en los últimos tiempos. Todo tiene su explicación lógica. Como dueña de mis dineros, los entrego a quien creo mejor le corresponden, y hacen un mejor uso. De un tiempo a esta parte los donativos hechos por mí a esta institución se han desviado a menesteres no previstos en sus objetivos. Ayudar a sufragar la manutención de las hermanas. En cambio, aquí la priora, los tendrá guardados o sabrá dios qué. Lo cierto, las hermanas pasan más necesidades de las ordenadas por su devoción. Detenga por tanto, señor juez, a la priora para que sea atendida en el sanatorio del Consuelo, donde recibirá las atenciones adecuadas a su dolencia. Todos ante aquellos argumentos, cambiaron de color. Las miradas se clavaron en el juez. Su respuesta podría cambiar el discurrir de los acontecimientos, a favor o en contra de la condesa o la priora.
El juez levantó su mano derecha en posición de ordenar silencio a la condesa. La señora condesa, comenzó a decir, está intentando por pasiva que no se tenga en cuenta la historia de la priora, pero sin saber que ha dicho. Simplemente entiende la no benevolencia con su persona, cual sea lo mencionado. Pero en estos momentos dicto orden de detención contra la persona de la condesa, por complicidad en el asesinato de su esposo el conde de Wheatfields. Para con ello poderse apropiar, como de hecho está, de las propiedades y títulos, poderes y demás de su hija única y heredera, Belle. La indecisión apareció en el rostro de la condesa ante el descubrimiento del asesinato, además de confesado por la causante, sabiendo la consecución inmediata de la horca. Fijó la mirada en los ojos de su hija, esperando clemencia, comprensión. Rompió en sollozos. Perdóname Belle, debes de comprenderme. Tu padre me hacía la vida imposible.
Pensaba nada más en dilapidar tu futuro, tu herencia en ayudar a esos desarrapados del bosque, esos malhechores. Me odiaba porque yo se lo recordaba una y otra vez. Dejó de cumplir con sus obligaciones conyugales. Y caí en las garras de la serpiente seductora, que es la priora. Me sedujo, mi soledad contribuyó a caer en las redes tendidas. Pero yo sólo quería tú bienestar, nuestro bienestar, yo te quiero, te he defendido, como una madre perfecta, te he mimado, he dejado que siguieras con esas locuras de ayudar a los zarrapastrosos esos, sabiendo que robabas a mis espaldas, para dárselo a ellos.
Belle, rompió en un grito. Basta ya de más mentiras, has enviado a Marcial y Fistofé para que acabaran con mi vida. Mataste a mi padre, para apoderarte de todo, como has hecho desde entonces. Y no reconoces que te van más los escarceos con novicias jóvenes, pobres inocentes que se prestan a tu lujuria por miedo. Te mereces lo peor del mundo.
Pero si de mi depende, no quiero que termines en la horca, quiero verte encerrada y privada de todos los placeres en la torre del palacio hasta tus últimos días.
Deténganla, dictó el juez. Mis hombres a mí, gritó la condesa. Sacaron sus armas, hubo forcejeos de unos y otros, la daga fue rápida. Fistofé gritó, nooo. Belle cayó al suelo de forma estrepitosa…
Por Dios, ella nooo…
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